Hoy, finalmente, lo acepto. Y lo decido:
Cuaderno Salmón, tal y como lo conocimos, ha muerto. Me declaro incapaz de administrar una editorial. Y, luego del apoyo de la UNAM a través de Gerardo Kleinburg, de la generosidad de Consuelo Sáizar y el FCE, de la sociedad que monté con Nicolás Cabral y Rafael Lemus (Tala Ediciones, S.A. de C.V.), del apoyo de Enrique Alfaro y Leer y Escribir, S.C. (oficina a través de la que administramos y distribuimos la revista), de los ocho números que dirigí de la revista, del entusiasmo de muchos de nuestros consejeros y colaboradores, de los lectores verdaderos de la publicación, descubro, una vez más, que soy un
editor, no un
publisher (en español no hay diferencias, el término editor no se escinde). Que descanse en paz, pues,
Cuaderno Salmón. Hasta aquí el obituario. A continuación, y sólo para gente de ánimo paciente, un relato de cómo nació --y murió-- la revista.
2002. A unos meses de mi regreso de Londres, entré a trabajar a la redacción de la revista
Celeste. Me aburría. Y en los muchos tiempos muertos, esbocé el primer proyecto de
Cuaderno Salmón, que así se llamó desde el primer momento. Llevé a registrar el nombre de la revista al Indautor y pensé en una portada sencilla, con puro texto --título, autores-- formado con Century Schoolbook. La revista sería monográfica. En sus páginas convivirían autores muertos, consagrados, jóvenes, de preferencia mexicanos, luego latinoamericanos. Cité a Luigi Amara en el viejo café Carlo de Orizaba (el café aún existe, pero cambió de local y perdió su gracia). Vio el proyecto. Y me dijo eso: "Puedo verlo." Poco después, entré a la redacción de
Spot; allí, conocí a Nicolás Cabral (pronto, comencé a colaborar con
La Tempestad). Finalmente, Tomás Granados me invitó a la redacción del suplemento de libros
Hoja por Hoja. Y abandoné, durante un tiempo, el proyecto de
Cuaderno Salmón. Un día, Rafael Lemus me escribió. Comenzó a colaborar con
Hoja por Hoja (creo que lo había hecho antes, pero no tan en forma), nos conocimos.
2004. Dejé
Hoja por Hoja, escribí
La piel muerta, entré a la redacción de
Istor bajo el mando de Jean Meyer, retomé el proyecto de
Cuaderno Salmón, invité a Nicolás Cabral y a Rafael Lemus a codirigirla junto conmigo. Refinamos el proyecto. Y Gerardo Kleinburg nos invitó a coeditarlo junto con la Dirección de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Fundamos la editorial. Hicimos un
dummy. Nicolás decidió abandonar la dirección (pero permaneció en el consejo y apareció como coeditor del número uno de la revista). Paseamos el número cero por la FIL de aquel año. O no. Del año siguiente.
2005. Se firmó el contrato con la UNAM, pero la revista no vio la luz este año. Cambiamos de diseñadora: de Tania Rodríguez a Natalia Rojas (con quien sigo haciendo
Istor). Paseamos el dummy del número cero de
Cuaderno Salmón por la FIL, ahora sí.
2006. En verano, vio la luz el primer número de
Cuaderno Salmón. Vimos impreso el proyecto largamente fraguado. Lo pensábamos la prolongación de
Semestral y de
Paréntesis, pariente lejana de
Fractal, heredera de
The Paris Review,
Granta,
Sur... Lo presentamos, con el padrinazgo de
Fabio Morábito y Álvaro Uribe, en el MUCA de la colonia Roma. Mucho vodka, mucha felicidad.
2007. Gerardo Kleinburg dejó la Dirección de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM. Su puesto lo ocupó Sealtiel Alatriste. Nos ofreció hacer un número más de la revista, el quinto, siempre reticente: para él, la revista no tenía sentido, aunque el papel en el que la imprimíamos le parecía bonito. ¿Por qué no hacerla en la red? No. Los recursos que se destinaban para editar
Cuaderno Salmón se utilizaron para llevar a cabo la
Caza de Letras. A finales del año apareció el número 6/7 de la revista, primero editado de manera independiente por Tala Ediciones y último en el que participó Rafael Lemus (se fue, realista y congruente con su proyecto de vida, a la redacción de
Letras Libres).
2008. Gracias a un apoyo del Instituto Sonorense de Cultura (en realidad, fue un apoyo ofrecido para editar el número 6/7, que se presentó dentro del marco de la Feria del Libro de Hermosillo; ahorré el patrocinio), logré editar el número 8, y último, de
Cuaderno Salmón. Fui citado por el director de librerías del FCE (institución que nos compraba 500 ejemplares de la revista, en firme). Me dijo que la revista era hermosa, que los colaboradores eran de primer nivel. Pero que, lamentablemente, no se vendía. Me enseñó números. Apenas se vendía el 20 por ciento (o menos) del tiraje que le entregábamos al FCE. Nada qué hacer. Aceptarlo: no hay lectores y una revista literaria, impresa en formato de libro, en blanco y negro, sin un patrocinio, no tiene futuro. Ni presente. Puro pasado. ¿Cómo proseguir con el proyecto? ¿Qué hacer con
Cuaderno Salmón? ¿Volverla virtual? ¿Transformarla en suplemento? ¿Hacerla gratuita? Todo eso. Y, por ahora, nada.
Antes de pensar en los propósitos para el 2009, cierro el 2008, agradezco a todos los involucrados en el proyecto, sobre todo a los lectores; y digo:
Cuaderno Salmón fuit.