5.11.08

De cómo se vale mallugar a un personaje

Rápidamente: hace unas semanas terminé la muy postergada y accidentada lectura de Revolutionary Road (1961) de Richard Yates. David "Baby Boy" Miklos escribió al respecto, acá. Al terminarla, descubrí que no quería terminar el libro, aún, quería que la historia siguiera, que fuera incluso más allá de la reducción que hiciera Mrs. Givings de los acontecimientos que siguieron a los grandes, pequeños, mundanos eventos con los que termina esta obra maestra. Yates, como es de esperarse, se comportó como una especie de dios maligno, negando comodidad, manteniéndose firme en su lección. Un dios maligno en apariencia: un Dios Justo, en realidad. Revolutionary Road es un hermoso libro capaz de inflingir dolor, cómo sólo los comentarios de las personas amadas o admiradas son capaces de hacerlo.
Es sabido el gran placer que en estos casos puede ofrecer una introducción o un epílogo que uno decidió saltarse antes de empezar a leer, como si fuera una red de seguridad en el caso de que, como me sucedió, uno aún no esté dispuesto a abandonar el universo del cual recién hemos sido expulsados; en mi caso, en la edición 2000, en Vintage, Revolutionary Road está acompañado de unas cuantas palabras de Richard Ford.
Insisto: esta lectura la terminé hace unas semanas. Desde entonces he vuelto a dar tumbos por mi cotidianeidad, aviones han caído sobre la ciudad, la gente se ha preocupado por esto, por lo otro. Volver, ahora, a las líneas subrayadas de aquella lectura es, debo decir, como intentar colocarse un pantalón que ya no me va, de cuero, para mayor precisión. Una prenda que probablemente hace unos cuantos años todavía estaba a la moda -las muchas buenas memorias que uno ha colocado en ese pantalón, el aprecio que le tenemos vienen a la mente en la medida que intentamos meter la barriga para ver cómo nos queda, de nuevo. Pero no, no es precisamente así. No es una prenda ridícula, ésta a la que quiero regresar. Es más como un hábito, uno bueno, que he, ay, conseguido perder. Levantarme temprano, hacer ejercicio. Se me dificulta enfrentarme una vez más a Yates, a pocas semanas de que lo haya hecho. Y en gran parte se me dificulta porque es como visitar al buen amigo que, sabemos, tiene los mejores consejos para uno, el único que nos va a hablar con verdad, quien no se tocará el corazón para hablarme sobre mi mezquindad. Esto es algo, de acuerdo con Ford, en lo que los críticos han insistido mucho: Yates es duro. Duro con uno, más duro con sus personajes. Tan duro que uno se pregunta qué tipo de personas podrían pasar la prueba Yates, ese aro de fuego. Las quirúrgicas y bellas descripciones con las que Yates alumbra las almas humanas son tan brillantes que, señala Ford, podría parecer que todas brillan con la misma mediocridad. Yates ofrece, sin embargo, un cierto humor. Sarcástico pero justo, ironía que no pide perdón sino que alecciona. "El humor negro de Yates", escribe Ford, "parece calculado más que para agradarnos, como una sátira cualquiera, para suavizarnos ante las verdades más severas".
En este sentido, Yates fue un verdadero maestro. Pensaba en esto, permítanme les digo de paso, el otro día que veía en el cine esta simpática película de los hermanos Coen, Quémese después de leerse. No lo olvide: pasé un buen rato, riéndome a carcajadas ante la estulticia representada. Riéndome en el cine -bocota abierta- del par de bobos que, en la pantalla, se reían -bocotota abierta- de la comedia romántica a la que habían ido. ¿Cómo no reír del simio que imita al hombre? Pero, a la vez, ese sentimiento frío que se cuela, esa duda de si la burla de los Coen sería capaz de detenerse en algún momento. Si uno aprendiera la lección, ¿podrían los Coen decir, bien, ya estuvo bien? ¿Levántate, sacúdete el traje y ve en paz? Patear al caído es una placer difícil de abandonar, especialmente si sabemos que se lo merece. Yates podrá mostrar en sus mandíbulas las presas frágiles que encuentra en los suburbios, la fragilidad de los contratos sociales, de la sofisticación intelectual, del Hombre Ético y la Mujer Insumisa, de los intercambios cordiales, de una mente sana que puede fácilmente confundirse con una mente enferma. Pero, a diferencia de esos personajes abandonados al azar del Mundo Idiota que pueden, más que a menudo, presentar los Coen, Yates lleva, como una buena madre loba, sus presas a las crías. Amor apache, querubines.

2 Comentarios:

Blogger In dijo...

Great minds think alike! Me encantó la franqueza de tu reseña, a todos nos ha pasado algo similar. Hablamos por msn

9:49 p.m.  
Blogger Osvaldo dijo...

Para todos los que amamos la literatura es importante tener un lugar como este, en donde poder compartir y criticar diferentes textos. En general disfruto de quedarme en las noches en casa leyendo en vez de salir. Si bien muchas personas prefiero salir a tomar algo, yo soy de los que opta por permanecer dentro de los domicilios
barranquilla

12:29 a.m.  

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